La violencia como mercancía
Hace ya varios años,
un estudio, del Instituto de Investigación Social de la Universidad de
Michigan, confirmó lo que se sabe desde hace mucho tiempo. Muchos adultos
agresivos fueron consumidores infantiles de violencia televisiva.
Los niños han sido, consuetudinariamente,
una clientela desprotegida, una audiencia indefensa y cautiva del cine y la televisión. La exposición a
la violencia ficticia tiene el efecto de hacerles creer que la violencia real
es correcta, y que los héroes pueden ejercerla legítimamente. Se asocia pues el
heroísmo con la violencia. Los niños pierden las defensas morales ante la
violencia. La investigación de la Universidad de Michigan siguió a los sujetos
observados desde la niñez a la edad adulta.
En junio de 1999,
como consecuencia de la matanza de la escuela Columbine, en
Littleton, Colorado, en abril de
ese año, el presidente Bill Clinton encargó a
la Oficina Federal de Comercio (FTC) investigar el mercadeo de películas y
otros productos de contenidos violentos dirigidos a los niños por parte de la
industria de entretenimiento.
Los resultados del
estudio, dados a conocer en septiembre de 2000, fueron impresionantes. Los
investigadores encontraron que las industrias del cine, la música y de juegos
electrónicos, empleaban técnicas de mercadeo, de materiales de contenido
violento explícitamente, dirigidas a los jóvenes menores de 17 años, en algunos
casos a la población menor de 12 años. La FTD asumió una actitud cautelosa
respecto a la relación entre cine, música y juegos electrónicos explícitamente
violentos, y las posibles conductas agresivas de los espectadores. Pero admitió
que es una relación que debe investigarse.
Una comisión del
senado, presidida entonces por el senador por Arizona John McCain (qepd),
emplazó a las principales empresas de esas ramas de la industria del
entretenimiento. Algunas enviaron a sus voceros, todos estos admitieron como
ciertas las conclusiones de la investigación, y algunos gerentes prometieron
hacer algo al respecto. Otros no. Las empresas se ampararon bajo la Primera Enmienda
Constitucional, que consagra la libertad de expresión.
En el campo legal,
como reflejo del modelo seguido en el caso del tabaco, ha habido intentos de
demandar a las compañías de entretenimiento cuyos productos violentos han
podido ser relacionados con episodios reales de violencia. Sin embargo, los
jueces han rechazado las demandas correspondientes, basados precisamente en la
Primera Enmienda Constitucional. Una demanda contra la casa editora de un
manual para sicarios, titulado Hit man: a
technical manual for independent contractors, por una supuesta víctima de
uno de los lectores y usuarios del manual, -Rice vs. Paladin Enterprise,- tuvo mejor destino
litigioso, pero el caso fue tranzado fuera del sistema judicial.
Un caso de influencia de la televisión en una
conducta criminal, fue el de dos hermanos
de Riverside, California,
sospechosos de asesinar y decapitar a su madre, para evitar la
identificación del cadáver. Su conducta criminal, se habría basado en un
episodio de la, entonces muy popular serie televisiva, The
Sopranos.
No cabe duda de que
el tema que más llama la atención en tales casos, es el de la capacidad de la
violencia ficticia, promovida como mercancía, hacia una audiencia juvenil,
de causar comportamientos violentos.
Pero el caso de varias películas de video de comienzos de este siglo titulada Bumfight: case for concern” plantea otra
clase de preocupaciones.
Dos jóvenes
realizadores de Las Vegas, Ray Leticia y Ty Beeson (pseudónimos, aparentemente)
compraron derechos en esa serie para filmar escenas de indigentes, a quienes
pagaron para que se entrabaran en violentas confrontaciones, con daño físico
real. Bumfight se hizo con la técnica
de un documental, pero con cierto elemento de ficción, puesto que los
protagonistas peleaban ante las cámaras por dinero. Eran indigentes actores.
Pero sus hechos violentos eran auténticos. Y ese era el meollo del asunto.
Las películas Bumfight fueron hechas con fines
comerciales, para satisfacer un mercado. Se diseñaron como producto comercial.
No como espectáculo para exhibir en un teatro, sino como videtapes, para llevarse a casa y “disfrutar” a gusto, sin
restricciones. Como una película pornográfica.
Los realizadores de
la serie concibieron la idea, al observar una vez la fascinación de un grupo
casual de observadores de una bronca entre indigentes. Como cualquier
empresario, Leticia y Beenson, y otros productores,
detectaron un mercado. Y se propusieron explotarlo. Pero lo que percibieron no
fue sólo la fascinación de un público potencial con la violencia en sí misma,
sino la fascinación de ese mismo público con la indigencia. Los realizadores
decidieron entonces combinar en un sólo producto esos dos elementos.
Tres años tardaron en
llevar a cabo su proyecto. A sabiendas de que la violencia es un componente
cotidiano de la vida indigente, frecuentaron lugares de concurrencia de homeless
en San Diego y Las Vegas. Se limitaron a pagar a los indigentes por dejarles
filmar sus sórdidos pleitos. Las películas salieron al mercado a mediados de
2002. Fueron un éxito. En menos de dos meses vendieron 300,000 copias. Los
jóvenes realizadores se hicieron millonarios.
Valen la pena algunas
observaciones y comparaciones entre la violencia ficticia del cine, la
televisión, cierta música, los juegos electrónicos, por un lado, y el tipo de
violencia comercializada en Bumfights,
por otro. La primera clase de violencia,
visualmente cruel, gráficamente sangrienta, es sin embargo ficticia. No
es real. El espectador, por torpe que sea, sabe que terminada la escena los
actores se levantan, se limpian el jugo de tomate, se abrazan, y se van a
celebrar.
Para los actores de las
Bumfights no hay tregua entre lo
ejecutado ante las cámaras y la vida real. Sus heridas sangran de verdad.
Pueden verse envueltos en otra bronca similar apenas se hayan ido los
cinematografistas. Los compradores del producto, el videotape de Bumfights, saben esto. Son conscientes
de que, lo que ven en sus pantallas es real. La miseria, las llagas, las
heridas, los harapos son reales, no son maquillaje que se lava después de la
escena.
Pero no hay indicio
alguno de que Bumfights induzca
conducta violenta alguna por parte de los compradores del video, o quienes lo
vean. Aunque es posible que el video sea visto por niños, no fue diseñado para
ellos. No buscaba explotar el mercado juvenil. Paradójicamente, siendo su
contenido de hecho más violento que el del cine y la televisión, es en realidad
menos dañino que este.
Algunos comentaristas
han encontrado que el éxito comercial de Bumfights
es indicativo de perturbadoras tendencias sociales. De una cierta decadencia
moral. Y puede que sí. Pero lo que verdaderamente indica esa demanda es un
interés en algo concreto: la violencia de la vida indigente. Y esta a su vez es
la manifestación máxima de la derrota en una sociedad que divide a sus
individuos entre ganadores y perdedores, desde el punto de vista del éxito
económico y el poder político y social. Los indigentes son iconos vivientes de
las consecuencias de no seguir las reglas, de no ser supuestamente consecuentes
con la ética de trabajo, y los demás principios de una sociedad, puritana en los principios, y hedonista en los fines. La fascinación con
la indigencia, y con la violencia inherente a la vida en las calles, puede ser
repugnante, pero no necesariamente dañina. No más dañina que la indigencia
misma.
La violencia ficticia
del cine y la televisión, diseñada como una droga, para audiencias
potencialmente adictas, puede en cambio inducir conductas de verdad violentas.
Su lógica es síntoma de una depravación profunda, que convierte todo en mercancía,
y que erige el lucro y el éxito económico en los valores fundamentales de esta
sociedad.
En cambio , aun sin
proponérselo, Bumfights fue una una
ventana a un hecho que, aunque ocurre a la vista de todos, es sistemáticamente
ignorado. Una invasión de la intimidad del conformismo puritano, que
prefiere ignorar las consecuencias de la injusticia social y económica, en la
sociedad más avanzada y rica del planeta.