domingo, noviembre 25, 2007

La crisis colombo-venezolana

No cabe duda de que, al cancelar unilateralmente la mediación del presidente Hugo Chávez en la discusión sobre el acuerdo humanitario para liberar a los secuestrados en poder de las FARC, el presidente de Colombia Alvaro Uribe le dio un bofetón a su homólogo venezolano. Este venía siendo imprudente y bocón. Seguramente quería sacar provecho político de su gestión mediadora. Pero no cabe duda que esta ofrecia una oportunidad única y feliz de llevar adelante el llamado acuerdo humanitario. Por sus tendencias izquierdistas, su amistad con Fidel Castro, y su enorme protagonismo en el continente, Chavez estaba en condiciones de sacar algo concreto de las FARC. Estas iban a obtener algo importante a cambio. Sobre todo, reconocimiento internacional. Un encuentro entre Chávez y Manuel Marulanda, líder histórico de las FARC, aparte de elevar a este a la categoría de jefe de estado, al menos por unas horas, habría sido noticia mundial.
Las FARC han demostrado ser reticentes, mañosas, tercas, despiadadas para con sus adversarios y para con el pueblo colombiano, especialmente sus secuestrados. Son gente muy endurecida, son cínicos, son crueles. De ellos no se puede esperar nada bueno, nada generoso. Cualquiera que trate con ellos, incluyendo a Chávez, tiene que esperar lo peor. Pero Chávez representaba ventajas que las FARC no podían darse el lujo de desperdiciar. Por eso, la posibilidad de liberar secuestrados, especialmente a Ingrid Betancourt, era real. Con Chávez se iban a lograr resultados.
Ese era el problema de Uribe. Ese resultado lo habría desplazado, le habría restado importancia, le habría quitado argumentos. Chávez y Marulanda habrían ocupado el centro del escenario. La liberación de Ingrid Betancourt la habría colocado automáticamente en una posición política privilegiada, fuera del control de Uribe y del uribismo, que pretenden manipular por largo tiempo la política colombiana, y escoger a los próximos presidentes.
Uribe quiso jugar a la mediación, pero cuando esta pareció tener efectos, se echó para atrás. Sus amigos y consejeros debieron insistirle en los peligros del éxito de Chávez.
Pero Uribe se equivocó seriamente en el procedimiento para sacar a Chávez. En lugar de tratar el asunto en privado con este, reprocharle el haber buscado contacto con el general Montoya, y exigirle respeto para los conductos institucionales colombianos, lo despidió públicamente, sin ningún miramiento.
Uribe subestimó la posible reacción de Chávez. No tuvo en cuenta el temperamento de este, sus intereses, ni sus circunstancias. Fue un gravísimo error político.
Chávez ciertamente se excedió en su reacción. Y también se equivocó políticamente. Nunca ha debido usar argumentos ad hominen, insultos contra Uribe, nunca ha debido tratarlo de indigno y mentiroso. Eso nunca debe hacerse entre jefes de estado. Es muy mal ejemplo para los pueblos. Si los jefes de estado se portan como borrachos de burdel, es poco lo que se puede exigir a la población en general en términos de tolerancia y civilidad. Chávez se ha portado como un atarbán, él si, indigno de su investidura.
Pero no todo esto se debe a su temperamento volcánico. Lo más seguro es que, como algunos comentaristas lo sospecharon en el incidente con el rey de España, Chávez haya querido aprovechar la oportunidad para buscar un enemigo externo en momentos decisivos para él dentro de la política venezolana. Reactivar la vieja rivalidad colombo-venezolana, y el antagonismo entre sus pueblos, de cara a un referendum crucial para Chávez, fue de pronto una tentación irresistible para el mandatario caribe, a pocos días del referendo del próximo 2 de diciembre, en el que se juega su futuro político y su rol histórico. Las encuestas dan por perdedor a Chávez, y aunque eso no necesariamente significa que vaya a perder, es obvio que se encuentra en dificultades.
Chávez ciertamente carga la imagen de grosero y atarbán, pero la respuesta de Uribe a sus insultos fue insidiosa, solapada y calumniosa.
Los dos mandatarios se diferencian en el estilo, pero son igualmente ofensivos y ninguno de los dos parece tener respeto alguno por la verdad. Uribe no tuvo inconveniente en tergiversar y tratar de confundir a su auditorio. Usando un estilo de seminarista se puso al mismo nivel del sargentón de Chávez.
Políticamente, Chávez no quiso o no pudo reconocer sus errores, y evitar el adoptar una posición que irónicamente puede resultarle ventajosa a Uribe. Pues este se beneficia al convertirse en el gallo de pelea regional contra Chávez. Eso realza su función de esbirro de Washington, y de taimado vigilante de los gobiernos izquierdistas que lo rodean, especialmente Lula y Correa.
Uribe no tiene el peso internacional de Chávez, ni sus recursos, ni su audacia. Aparecer en las noticias mundiales frente a su homólogo venezolano, sin duda lo beneficia. También, dado el visceral nacionalismo colombiano, Uribe se beneficia internamente. Es muy posible que su popularidad siga aumentando debido a este incidente. Y lo mejor de todo, para el presidente, el acuerdo humanitario se va mucho al carajo.
Ambos presidentes ganan y pierden, pero el que más pierde es Chávez. Las FARC pierden, pero también ganaron algo de protagonismo internacional en el breve lapso de la mediación de Chávez. Piedad Córdoba, la senadora colombiana que fue figura central de la mediación de Chávez, queda en una situación muy incómoda y peligrosa, pues ha recibido múltiples amenazas de muerte, y la corte suprema, tratando de compensar sus diferencias con Uribe, le ha abierto investigación por traición a la patria. No por este incidente, sino por su participación en un evento en México, al que concurrieron delegados de grupos guerrilleros colombianos.
Sin embargo, quienes salen perdiendo en todo sentido, son los secuestrados y sus familiares y amigos.