sábado, septiembre 04, 2021

La mala hora global

La caída de Afganistán en poder de las Talibanes es una calamidad humanitaria de enormes proporciones. Ante la mirada impávida del mundo civilizado, una secta extremista, capaz de cualquier atrocidad a nombre de sus tradiciones islámicas, ha asumido el control de una nación a cuya supuesta defensa y protección, Estados Unidos dedicó un esfuerzo militar de 20 años, inmesamente costoso en vidas y recursos económicos; más de 2.400 bajas militares, 4.000 contratistas muertos, y alrededor de 70.000 muertes de civiles afganos y paquistanies. El portal noticioso Politico los califica estos datos como difíciles de comprender, y con razón. En efecto, se trata de sumas monetarias astronómicas, más de dos millones de millones de dólares.  Con el agravante de que todos esos recursos fueron obtenidos mediante créditos financieros, que aunque la guerra haya cesado, deben seguirse pagando, a expensas de presentes y futuras generaciones de estadounidenses. 

La ocupación americana afectó profundamente el modo de vida y la cultura de las principales ciudades afganas. Al cesar la presencia gringa, los talibanes llegan a destrozar todo vestigio de esa influencia. Las mujeres y los niños son los grupos humanos más afectados. Ellas, después de crecer y vivir en un sistema económico y cutural relativamente liberal, ahora se ven abocadas a someterse a las rigurosas y salvajes normas islámicas, de la secta talibana, una de las más extremistas; so pena de sufrir castigos como muerte a pedradas, degollamiento, ahorcamiento, latigazos.  

Esta calamidad militar, política, y humanitaria, coincide con las persistentes tragedias que agobian a Haití, el país caribeño que comparte con República Dominicana la legendaria isla La Española, el primer territorio del Nuevo Mundo, pisado por Colón y sus marineros. Haití fue también la segunda nación americana en liberarse del coloniaje europeo, después de Estados Unidos.  En nuestra memoria infantil de la historia patria, figura con honor el nombre del presidente Alexandre Petion, quien apoyó decisivamente al Libertador Simón Bolívar, a quien a cambio pidió abolir completamente la esclavitud en las naciones por él eventualmente liberadas.

Por esas, a veces trágicas, ironías de la historia, recientemente un grupo de ex militares colombianos tuvo al parecer parte decisiva en el asesinato del presidente de Haití Jovenel Moïse, el pasado 7 de julio, en Puerto Príncipe. Eso sumió al país en una crisis de liderazgo y gobernalidad, más profunda aun de la que venía padeciendo bajo el incierto y controvertido gobierno de Moïse. 

La historia de Haití es una continua secuencia de inestabilidad institucional, corrupción política., y pobreza. A esto se han sumado varias veces las catástrofes de origen natural, como huracanes y terremotos. Y algo así precisamente acaba de ocurrir, al sufrir Haití un  terremoto de 7.5 grados de magnitud, con  un saldo de más de 2.000 muertos; casi enseguida, un huracán azoto al diesmado y destrozado país. El resultado de esta serie de calamidades políticas y naturales es una población sumida en el estupor, la carencia casi total de recursos esenciales para sobrevivir, y un caótico desconcierto económico, político, y social.

Ocurren estas secuencias trágicas en Afganistán y Haití en medio del azote global de la pandemia del Covid-19, que obviamente ha afectado con mucho más rigor a los países más pobres, resaltando así el gran flagelo de la desigualdad económica, y la absurda, casi monstruosa concentración del poder y la riqueza, con exclusión de miles de millones de seres humanos. Y la pandemia a su vez coincide con los evidentes síntomas del progresivo calentamiento global, debido al abuso de los recursos del planeta, por parte de productores y explotadores desenfrenados, y consumidores insaciables.