domingo, enero 17, 2021

Entre lo esencial y lo importante

 Lo más urgente ahora es sobrevivir. Es decir, evitar el contagio del virus. Claro que el Covid19 no es la única causa posible de muerte. Pero por el momento parece ser la más probable. ¿Están tú y tu pareja en un momento de crisis conyugal? ¿Pensando seriamente en separarse, y tal vez divorciarse? ¿Y cómo saber que van a vivir lo suficiente para hacerlo? Para decirlo bruscamente, la muerte puede solucionar en forma radical el problema de convivencia. Escribo esto pensando en los muchos casos reportados de crisis domésticas, agravadas por la pandemia, y sus consecuencias de confinamiento, cierre de escuelas, desempleo. No se trata de proponer una solución general a todas las crisis conyugales en la perspectiva del peligro pandémico. No; de lo que se trata es de concentrarse en lo esencial, dejando un poco de lado lo importante. La supervivencia, propia y ajena, en el contexto familiar, y social, es lo esencial. Las rencillas, los desacuerdos, los problemas económicos, las infidelidades sospechadas o descubiertas, son lo importante. 

Las tensiones familiares, en el contexto de la pandemia, han sido inmensamente frecuentes. Inevitables, en realidad. Muchas de esas crisis son el fruto de procesos larvarios, que las rutinas de la supuesta normalidad previa a la pandemia, disimulaban, aplazaban. El confinamiento forzado, el cierre de actividades cotidianas fuera del hogar, como el empleo, el estudio, el deporte, los bares, los restaurantes, los moteles, los cines, que tramitaban por así decirlo, las desaveniencias latentes en hogares y parejas, han ido acumulando presión, en muchos casos, hasta niveles insoportables. Cuando el hogar se vuelve una cárcel, los residentes comienzan a sentirse, y actuar, como prisioneros. Y se rebelan, y estallan contra el sistema hogareño, al que culpan de sus depresiones, angustias, y paranoias. Esto se entiende, y justifica. Por desgracia, la comprensión del problema no es la solución. 

La situación en la que estamos, fundamentalmente crítica, no tiene otra salida que la paciencia, la tolerancia, la calma en el comportamiento, y la observancia de los procedimientos y medidas indispensables para evitar el contagio de cualquiera de los miembros del grupo familiar. Hay que sobrevivir. Día a día. Hay que atender a las necesidades de superviviencia en la medida de los medios disponibles, sin generar destrucción en el proceso.

Más fácil decirlo, que hacerlo, claro. Es muy arriesgado generalizar en estas cuestiones. Cada persona es un mundo, y cada grupo familiar vive en su propio universo. Por eso tanto asombran las noticias de violencia intra familiar, cuando esas crisis latentes estallan, o llegan a algún evento de climax. La violencia intra familiar, o entre grupos de convivencia, como vecindario, trabajo, aficiones, es tal vez el mayor tipo de violencia en esta sociedad. 

En muchos casos, la violencia y la crueldad intra familiar asumen formas realmente extravagantes,-si es que el concepto puede aplicarse a  la descripción de un hecho violento. Episodios que revelan obvias perturbaciones mentales en sus protagonistas; perturbaciones no del todo infrecuentes en la sociedad en general. Racismo, sado-masoquismo, represión sexual, religiosismo, depravación, codicia. Todo esto incubado, y mezclado, en una sociedad que otorga al lucro y la ganancia lo mejor de sus energías. Todo, de frente o de soslayo, se hace por plata. 

Son muchos, claro está, los factores sociales y económicos que habría que estudiar y analizar para empezar a entender productivamente la problemática familiar, como unidad social que sufre en gran medida los efectos de una pandemia como  la actual. El hecho es que todos los problemas se agravan, y muchos nuevos problemas irrumpen con abrumadora fuerza. Valdría la pena, sin embargo, poner más atención esta clase de problemática, más allá de la mera curiosidad noticiosa. 

Con o sin pandemia, nuestra sociedad sufre una profunda crisis de salud mental, evidente en la violencia cotidiana, el racismo , las adicciones degenerativas, el insaciable armamentismo, la alienación del comportamiento familiar y social, la inclinación a creer mentiras, y teorías conspirativas. El religiosismo, el moralismo, la hipocresía, la codicia, son algunas de  las sazones en que se cultivan tantas anomalías del comportamiento individual y colectivo. Todo esto en una sociedad con una monstruosa desigualdad económica.