viernes, mayo 30, 2014

Colombia: un acto de fe.



Apuntes y 'acto de fe' en torno a las elecciones presidenciales colombianas.

El grave curso del actual proceso electoral colombiano obliga de urgencia a reactivar este blog sin mayores preparativos. Claro que tal vez esta es la única forma de que así ocurra, ya que en esta profesión uno se vuelve adicto al deadline, y a actuar solamente bajo la presión de las circunstancias y los hechos. 

Venía yo preparando un texto explicativo del por qué, y para qué, de la reactivación de Rayuela, y de la larga inactividad del blog. Iba sin embargo posponiendo su publicación, a la espera de lograr el mejor texto posible. 

Pero las elecciones colombianas llegaron, con sus preocupantes resultados iniciales, y con ellas la urgencia de decir algo. 

Desde Los Angeles, en California, sigo persistentemente las noticias y acontecimientos colombianos. Uno de los pocos privilegios del hecho de ser colombiano es que eso permite una especie de visión privilegiada de ese alocado y complicado país. Es un honor que cuesta. O como dice un personaje colombiano de Borges (en el cuento "Ulrica", de "El Libro de Arena): 

-'Es un acto de fe.'

La primera vuelta de las elecciones presidenciales de Colombia tuvo lugar el pasado 25 de mayo. El resultado fue verdaderamente desalentador. El aspirante Oscar Iván Zuluaga, pupilo aplicado del expresidente Álvaro Uribe Vélez, y candidato del partido ultraderechista Centro Democrático,  sacó la mayor votación, con 3.759.971 votos, un 29% del total. 

El presidente Juan Manuel Santos, que busca ser reelegido, a nombre de la Unidad Nacional, una coalición de centro-derecha,  obtuvo el 25%, con 3.301.815 votos. 

En tercer lugar quedó Marta Lucía Ramírez, candidata del Partido Conservador, tradicional agrupación de derecha, con 1.995.689 sufragios, equivalente al 15.52% de la votación. Muy cerca quedó Clara López Obregón, del Polo Democrático Alternativo, partido de izquierda, con una votación de 1.958.414, o sea el 15.23% del total. 

Y el último fue Enrique Peñalosa, candidato del partido Alianza Verde, grupo de centro-izquierda, con 1.065.142 votos, un 8.28% de la votación general. Esta fue de 13,2 millones de votos, sobre un potencial de 33 millones de electores habilitados.  Es decir que hubo una abstención del 60 por ciento. 


O sea que nadie ganó en realidad, aunque  Zuluaga y Santos pasaron a una segunda vuelta el próximo 15 de junio. Un 60 por ciento de abstención significa un rechazo masivo, puede que no necesariamente intencional o deliberado, pero de todos modos un tácito rechazo del electorado a todos los candidatos, o al proceso electoral, o un desdén hacia el sistema político en su conjunto. 

Puede y debe haber toda clase de explicaciones de la apatía electoral de los colombianos. Simple falta de interés en el sistema, desconfianza, tedio existencial, amargura, ignorancia, todo cabe dentro del espectro de las explicaciones y el análisis posibles. Pero sea cual sea la conclusión de los expertos, el hecho es que la tarea más urgente del próximo gobierno, y de los que lo sigan, es influir para aumentar la participación política y electoral de los colombianos. De otro modo, el deterioro de la democracia colombiana será cada vez mayor, con funestas consecuencias para la gobernabilidad, y el progreso social y económico en general. 

Si la democracia es, entre otras cosas, la participación educada y consciente de la mayoría de los votantes de una sociedad para escoger a sus regidores, una votación tan irrisoria, o mejor, una abstención tan considerable como la del 25 de mayo en Colombia en buena medida socava el carácter democrático del país.

Por otra parte, el hecho de que una mayoría apreciable de los votantes activos haya apoyado al representante de un proyecto de gobierno caudillista, de acendradas tendencias derechistas, es realmente preocupante. Zuluaga sería el presidente menos conveniente para Colombia. 

Primero que todo porque pretende perpetuar las obsesiones políticas de su mentor el expresidente Álvaro Uribe Vélez, líder sectario, pendenciero, reaccionario, capaz de usar cualquier recurso con tal de imponer su caprichosa voluntad. Un tema concreto que hace de Zuluaga y Uribe un dúo nefasto para el país es el de su cerrada oposición al proceso de paz entre el gobierno y el grupo guerrillero de izquierda FARC, que avanza en La Habana, Cuba.( El oportunista cambio de posición pos electoral de Zuluaga al respecto no borra la recia y prolongada campaña en contra del proceso, ni ofrece garantía de credibilidad alguna). Es muy peligroso también el regreso al poder, (así sea en cuerpo ajeno),  de un mandatario cuyo gobierno ha sido acusado de connivencia con el flagelo paramilitarista derechista, de flagrantes hechos de corrupción, de descarado espionaje telefónico de magistrados, periodistas, y opositores políticos, entre otros graves señalamientos. 

Varios comentaristas, y connotados dirigentes políticos de diversas tendencias han denunciado en estos días en diversos medios las serias razones por las cuales se oponen el regreso de un gobierno influido muy de cerca por el expresidente Uribe. Uno de los motivos más serios y preocupantes es el grave peligro que en un gobierno uribista correría el proceso de paz.

La paz es una necesidad inaplazable de Colombia, y tal vez el mayor mérito del gobierno de Juan Manuel Santos ha sido promover el proceso de paz con entusiasmo. Ciertamente el gobierno ha incurrido en errores al respecto, pero estos son ínfimos en comparación con la coherencia y consistencia del proceso.

Los analistas han especulado intensa y extensamente en estos días sobre las razones de la derrota de Santos y el triunfo relativo de Zuluaga. En efecto, no deja de ser sorprendente la derrota de un mandatario en ejercicio en trance de reelección. Hay analistas objetivos y bien intencionados, pero también los hay insidiosos, que obviamente se alegran de la derrota de Santos. 

Los primeros hablan sobre todo de errores de estrategia y táctica de la campaña reeleccionista. Se dice que el presidente falló en comunicar bien los logros de su gobierno, sobre los cuales no hay consenso, aunque es innegable que ha tenido aciertos, y mostrado buenas intenciones en temas como la reparación de las víctimas del conflicto y la restitución de tierras despojadas, aunque hay serios retrasos y deficiencias en esos dos programas. Santos ha logrado cifras macroeconómicas notables, de esas que les gustan a los expertos, pero que el ciudadano común no entiende, y cuyos efectos no siente. Pero el desempleo ha bajado, y la pobreza ha disminuido ligeramente. Y como se anotó antes, Santos ha adelantado una muy positiva política exterior que ha mejorado considerablemente la imagen internacional de Colombia.

Ciertamente muchos graves problemas de Colombia subsisten sin atisbos de solución, como las grandes deficiencias en educación, los inmensos desniveles económicos y sociales, el atraso en el campo, los altos índices de pobreza, el deterioro del medio ambiente; y sobre todo una persistente violencia cotidiana, y gran inseguridad rural y urbana, aunque hay estadísticas que muestran reducciones en la delincuencia común. Pero Colombia sigue siendo padeciendo una persistente cultura de la violencia cotidiana. 

Los observadores de buena fe insisten en que Santos se aisló en la capital, y no supo conectarse con el país en general. Reconocen el mal manejo de la política agraria, y de los paros y protestas de los sectores campesinos. Un posible error político de Santos fue seleccionar como fórmula vicepresidencial a Germán Vargas Lleras, político arrogante, de rancia tradición capitalina, y como Santos, descendiente de una familia presidencial. 

Los críticos insidiosos dicen que el presidente Santos simplemente tuvo lo que se merece, y que los colombianos castigaron su gestión. 

Un factor que sin duda operó en su contra fue la feroz y sucia campaña opositora por parte del expresidente y ahora senador electo Álvaro Uribe, y su grupo de rencorosos y sectarios alfiles políticos. El continuo asalto de Uribe al proceso de paz, en combinación con la brutalidad y torpeza de las FARC, terminaron por  minar la confianza de los colombianos en el buen resultado de las negociaciones de paz, e incluso pusieron a muchos de ellos en contra de los posibles acuerdos de participación política de los dirigentes de las FARC, y relativa lenidad para con sus crímenes. 

Uribe Vélez recurrió sin escrúpulo a mentiras, y calumnias, y tácticas desinformativas  para desacreditar a Santos. Aplicó astutamente aquello de que, de la calumnia algo queda, y formuló gravísimas acusaciones contra Santos; como la formulada en vísperas electorales de que su campaña presidencial de 2010 habría recibido dos millones de dólares del narcotráfico. Pero Uribe no presentó prueba alguna de sus afirmaciones, a pesar de que así se lo solicitó la fiscalía. 

Hubo por el contrario una seria denuncia periodística de la revista Semana contra la campaña del candidato uribista, consistente en un video que muestra al candidato Zuluaga, y uno de sus principales asesores, conversando tranquilamente con un "hacker" sobre espionaje al gobierno, y sobre posibles acciones contra Santos. El "hacker" en cuestión había sido capturado ya por la fiscalía colombiana acusado de varios delitos contra la seguridad del estado, en proceso de judicialización. Zuluaga había negado ser amigo suyo, y dio explicaciones confusas y poco convincentes sobre el  encuentro con el presunto delincuente informático, documentado en el video de Semana.

Había pues una acusación infundada contra Santos, y una denuncia comprobada contra Zuluaga. Sin embargo, mientras la primera tuvo al parecer un efecto muy negativo para el presidente-candidato, la segunda no sólo no afectó adversamente a Zuluaga, sino que al parecer, gracias a la exposición mediática, lo favoreció.

En todo esto tuvo que ver la enorme influencia del expresidente Uribe en la mentalidad de los colombianos, 

Uribe es un fenómeno aparte en la vida política colombiana. Es sin duda el político más popular en la historia reciente del país. Ha logrado interpretar y representar algunas de las tendencias políticas de sus compatriotas, algunas francamente negativas, y hacerse querer por eso. Como lo ha demostrado en varias ocasiones, Uribe está virtualmente por encima de la ley, y puede hacer lo que quiera con absoluta impunidad. Cuenta además con la complicidad del procurador general de la nación Alejandro Ordóñez, político derechista, que comparte con Uribe su rechazo al proceso de paz. 

Criticar y desacreditar a Santos y su gobierno ha sido sin duda una de las más grandes obsesiones de Uribe. No puede negarse que en gran parte ha logrado su objetivo. 

La apuesta más grande, y el mayor logro de Santos, cabe insistir, ha sido la iniciación y adelanto del ya mencionado proceso de paz con las FARC, grupo subversivo recalcitrante, extremadamente cruel y destructivo, que ha incursionado también en el narcotráfico. 

Es cierto que en sus ocho años de gobierno el presidente Álvaro Uribe logró reducir considerablemente la capacidad militar de las FARC; pero quedó lejos de derrotarlas o neutralizarlas por completo. Santos, elegido con la ayuda de Uribe, y ungido como el continuador de sus políticas, ha mantenido una dura linea militar frente a las FARC; pero al mismo tiempo, apartándose de Uribe, exploró con insistencia la posibilidad de una paz negociada; gestión que se concretó oficialmente  hace casi dos años con la iniciación de las conversaciones de La Habana, que han avanzado lenta pero consistentemente, y que han concitado un gran apoyo internacional. 

Santos, a contrapelo de la política exterior de su antecesor, ha también mejorado las relaciones con los paises vecinos, especialmente con Venezuela, en extremo deterioradas bajo los dos gobiernos de Uribe; y por este cambio de rumbo internacional, lo mismo que por el proceso de paz, Santos ha recibido severo castigo de parte de su antecesor  Alvaro Uribe y los muy peligrosos cómplices políticos de éste. 

Pero los ataques y críticas de Uribe contra Santos están entre sus mejores recomendaciones, y excelentes razones para reelegirlo. 

Que sea pues,  'un acto de fe.'