sábado, noviembre 26, 2022

 

La violencia como mercancía

Hace ya varios años, un estudio, del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Michigan, confirmó lo que se sabe desde hace mucho tiempo. Muchos adultos agresivos fueron consumidores infantiles de violencia televisiva.

Los niños han sido, consuetudinariamente, una clientela desprotegida, una audiencia indefensa y cautiva del cine y la televisión. La exposición a la violencia ficticia tiene el efecto de hacerles creer que la violencia real es correcta, y que los héroes pueden ejercerla legítimamente. Se asocia pues el heroísmo con la violencia. Los niños pierden las defensas morales ante la violencia. La investigación de la Universidad de Michigan siguió a los sujetos observados desde la niñez a la edad adulta.

En junio de 1999, como consecuencia de la matanza de la escuela Columbine,  en  Littleton, Colorado,  en abril de ese año,  el presidente Bill Clinton encargó a la Oficina Federal de Comercio (FTC) investigar el mercadeo de películas y otros productos de contenidos violentos dirigidos a los niños por parte de la industria de entretenimiento.

Los resultados del estudio, dados a conocer en septiembre de 2000, fueron impresionantes. Los investigadores encontraron que las industrias del cine, la música y de juegos electrónicos, empleaban técnicas de mercadeo, de materiales de contenido violento explícitamente, dirigidas a los jóvenes menores de 17 años, en algunos casos a la población menor de 12 años. La FTD asumió una actitud cautelosa respecto a la relación entre cine, música y juegos electrónicos explícitamente violentos, y las posibles conductas agresivas de los espectadores. Pero admitió que es una relación que debe investigarse.

Una comisión del senado, presidida entonces por el senador por Arizona John McCain (qepd), emplazó a las principales empresas de esas ramas de la industria del entretenimiento. Algunas enviaron a sus voceros, todos estos admitieron como ciertas las conclusiones de la investigación, y algunos gerentes prometieron hacer algo al respecto. Otros no. Las empresas se ampararon bajo la Primera Enmienda Constitucional, que consagra la libertad de expresión.

En el campo legal, como reflejo del modelo seguido en el caso del tabaco, ha habido intentos de demandar a las compañías de entretenimiento cuyos productos violentos han podido ser relacionados con episodios reales de violencia. Sin embargo, los jueces han rechazado las demandas correspondientes, basados precisamente en la Primera Enmienda Constitucional. Una demanda contra la casa editora de un manual para sicarios, titulado Hit man: a technical manual for independent contractors, por una supuesta víctima de uno de los lectores y usuarios del manual, -Rice vs. Paladin Enterprise,- tuvo mejor destino litigioso, pero el caso fue tranzado fuera del sistema judicial.

Un caso  de influencia de la televisión en una conducta criminal, fue el de dos hermanos  de Riverside, California,  sospechosos de asesinar y decapitar a su madre, para evitar la identificación del cadáver. Su conducta criminal, se habría basado en un episodio de la, entonces muy popular serie televisiva,  The Sopranos.

No cabe duda de que el tema que más llama la atención en tales casos, es el de la capacidad de la violencia ficticia, promovida como mercancía, hacia una audiencia juvenil, de  causar comportamientos violentos. Pero el caso de varias películas de video de comienzos de este siglo titulada Bumfight: case for concern” plantea otra clase de preocupaciones.

Dos jóvenes realizadores de Las Vegas, Ray Leticia y Ty Beeson (pseudónimos, aparentemente) compraron derechos en esa serie para filmar escenas de indigentes, a quienes pagaron para que se entrabaran en violentas confrontaciones, con daño físico real. Bumfight se hizo con la técnica de un documental, pero con cierto elemento de ficción, puesto que los protagonistas peleaban ante las cámaras por dinero. Eran indigentes actores. Pero sus hechos violentos eran auténticos. Y ese era el meollo del asunto.

Las películas Bumfight fueron hechas con fines comerciales, para satisfacer un mercado. Se diseñaron como producto comercial. No como espectáculo para exhibir en un teatro, sino como videtapes, para llevarse a casa y “disfrutar” a gusto, sin restricciones. Como una película pornográfica.

Los realizadores de la serie concibieron la idea, al observar una vez la fascinación de un grupo casual de observadores de una bronca entre indigentes. Como cualquier empresario,  Leticia y Beenson, y otros productores, detectaron un mercado. Y se propusieron explotarlo. Pero lo que percibieron no fue sólo la fascinación de un público potencial con la violencia en sí misma, sino la fascinación de ese mismo público con la indigencia. Los realizadores decidieron entonces combinar en un sólo producto esos dos elementos.

Tres años tardaron en llevar a cabo su proyecto. A sabiendas de que la violencia es un componente cotidiano de la vida indigente, frecuentaron lugares de concurrencia de homeless en San Diego y Las Vegas. Se limitaron a pagar a los indigentes por dejarles filmar sus sórdidos pleitos. Las películas salieron al mercado a mediados de 2002. Fueron un éxito. En menos de dos meses vendieron 300,000 copias. Los jóvenes realizadores se hicieron millonarios. 

Valen la pena algunas observaciones y comparaciones entre la violencia ficticia del cine, la televisión, cierta música, los juegos electrónicos, por un lado, y el tipo de violencia comercializada en Bumfights, por otro. La primera clase de violencia,  visualmente cruel, gráficamente sangrienta, es sin embargo ficticia. No es real. El espectador, por torpe que sea, sabe que terminada la escena los actores se levantan, se limpian el jugo de tomate, se abrazan, y se van a celebrar.

Para los actores de las Bumfights no hay tregua entre lo ejecutado ante las cámaras y la vida real. Sus heridas sangran de verdad. Pueden verse envueltos en otra bronca similar apenas se hayan ido los cinematografistas. Los compradores del producto, el videotape de Bumfights, saben esto. Son conscientes de que, lo que ven en sus pantallas es real. La miseria, las llagas, las heridas, los harapos son reales, no son maquillaje que se lava después de la escena.

Pero no hay indicio alguno de que Bumfights induzca conducta violenta alguna por parte de los compradores del video, o quienes lo vean. Aunque es posible que el video sea visto por niños, no fue diseñado para ellos. No buscaba explotar el mercado juvenil. Paradójicamente, siendo su contenido de hecho más violento que el del cine y la televisión, es en realidad menos dañino que este.

Algunos comentaristas han encontrado que el éxito comercial de Bumfights es indicativo de perturbadoras tendencias sociales. De una cierta decadencia moral. Y puede que sí. Pero lo que verdaderamente indica esa demanda es un interés en algo concreto: la violencia de la vida indigente. Y esta a su vez es la manifestación máxima de la derrota en una sociedad que divide a sus individuos entre ganadores y perdedores, desde el punto de vista del éxito económico y el poder político y social. Los indigentes son iconos vivientes de las consecuencias de no seguir las reglas, de no ser supuestamente consecuentes con la ética de trabajo, y los demás principios de una sociedad,  puritana en los principios,  y hedonista en los fines. La fascinación con la indigencia, y con la violencia inherente a la vida en las calles, puede ser repugnante, pero no necesariamente dañina. No más dañina que la indigencia misma.

La violencia ficticia del cine y la televisión, diseñada como una droga, para audiencias potencialmente adictas, puede en cambio inducir conductas de verdad violentas. Su lógica es síntoma de una depravación profunda, que convierte todo en mercancía, y que erige el lucro y el éxito económico en los valores fundamentales de esta sociedad.

En cambio , aun sin proponérselo, Bumfights fue una una ventana a un hecho que, aunque ocurre a la vista de todos, es sistemáticamente ignorado. Una invasión de la intimidad del conformismo puritano, que prefiere ignorar las consecuencias de la injusticia social y económica, en la sociedad más avanzada y rica del planeta.

miércoles, noviembre 23, 2022

 

Acerca de Murphy

 Variaciones sobre un tema de Becket

                La certeza de nuestra mortalidad nos deslumbra a veces con su portentosa evidencia. De pronto todas las cosas pierden importancia ante esta verdad inalterable. Todo palidece. Qué tanto puede importarnos que tal o cual asociación mande o no flores a nuestro funeral, o que la asistencia a este sea  escasa, si uno estará muerto dentro del cajón, o el cofre de cenizas. Qué pudo importarle, por ejemplo, a Murphy, que el destino final de sus cenizas no fuera el inodoro de su teatro favorito.  Sus restos fueron cremados de acuerdo a su última voluntad. Pero aun si este postrer deseo suyo se hubiera frustrado, nada le habría importado. Es incluso probable que de haber sabido el destino final de sus cenizas habría preferido éste, a que su cuerpo sin cremar fuera arrojado en una fosa común. Y aun de esto último se habría también consolado, sabiendo que el mismo destino corrieron los restos nada menos que de Mozart.

            Murphy siempre tomó para sí lo menos posible de este mundo. Esto sin dejar de ser un insaciable egoísta.  Quizá por eso al final sus cenizas llegaron a formar parte de algo tan comunitario como la basura que diariamente se barre de bares, cafés y restaurantes, resultado de las actividades del día.  Murphy, tan austero, habría aceptado esto con filosófico desdén. Pero sobre todo, se habría quizá divertido.

                Porque no puede negarse un elemento cómico, tragicómico si se quiere, en el destino final de las cenizas de Murphy.  No muy diferente de su última voluntad de que estas fueran arrojadas al inodoro de su teatro favorito, para que al halar alguien la cadena las enviara por las tuberías municipales, a un deletéreo cementerio marino. Murphy, obviamente, a pesar de su modestia y su austeridad, anhelaba como todos un destino grandioso. Queda a sus biógrafos, si los tuviere, decidir si lo logró, a pesar de todo.  Personalmente, como lector de "Murphy",  creo que Murphy lo logra. Veamos si no.

                El hombre encargado de llevar el saco con las cenizas todavía tibias de Murphy, iba camino a cumplir su misión de verterlas en el  inodoro público del teatro favorito de Murphy, cuando al pasar frente a un bar, decidió entrar a echarse una copa. En esas estaba, cuando se involucró en una discusión con otro contertulio. En un momento dado, al sentirse ofendido, arroja las cenizas a la cara de su oponente, se arma la grande, todos los asistentes al bar participan y una de las cosas que hacen es patear sin misericordia la bolsa con las restantes cenizas de Murphy, con intensidad y eficacia, hasta que al final, "el cuerpo, la mente, y el alma de Murphy terminan libremente dispersos por el piso, y antes de que el alba viniera a desplegar su luz grisácea sobre el mundo, fueron barridos con el aserrín, la cerveza y las colillas, los vasos rotos, las cerillas, los vómitos, los escupitajos."

Esa bronca de cantina fue acaso una ceremonia funeral viva y entusiasta, como Murphy no habría soñado tenerla. Sus cenizas fueron obviamente a parar al basurero público, algo menos pretencioso que flotar para siempre en el reino ineluctable de Poseidón, pero no menos digno. Devuelto al todo, para reintegrarse con su materia original, que era  su inevitable pero grandioso destino.

 

 

Voces y ámbitos urbanos

Los Angeles, como todas las ciudades, grandes o pequeñas,  tiene su propio, incansable transfondo sonoro, su propio, variado, acompañamiento musical.  De tanto oírlos, nos acostumbramos a los ruidos urbanos, aun a los más penetrantes y agudos.

         Los sonidos de la ciudad son indicios de sus múltiples vivencias,  del fragor de sus actividades, de sus rutinas, alegrías, y conmemoraciones; pero también de sus tragedias, singulares y plurales, de sus desastres personales y colectivos. Del rumor constante de la conversaciones y diálogos que cruzan el aire urbano. De sus reincidentes emergencias.

Son las ululantes  sirenas de las ambulancias, con pacientes al borde de la muerte.  Son los  llantos y plañidos de los duelos y los acordes funerarios en que muchas veces terminan esas emergencias. Son las sirenas de  los bomberos, que acuden a sofocar incendios accidentales e intencionales. Son las alarmas de los autos policiales, lanzados en cinematográficas persecuciones;  que a veces terminan en tragedias. Son los ensordecedores zumbidos de  los helicópteros policiales que los apoyan desde el aire, o de los helicópteros televisivos que cubren la noticia, o reportan sobre el humo de incendios, o sobre las congestiones en las autopistas.

 Pero también, al otro extremo existencial, se oyen  los inofensivos estertores de las cortadoras, sopladores y aspiradores de los jardineros, que afanosamente pulen, perfeccionan y refrescan los prados de casas y parques.

Intensos, penetrantes, los ruidos de los aviones hieren continuamente el aire, y dejan efímeras, rectilíneas cicatrices de humo en el pálido firmamento.  En milagrosos momentos de silencio, cuando todos esos sonidos mutuamente se anulan, puede entonces oírse surgir como de la nada el monótono fragor urbano, la densa confluencia de los miles de motores, máquinas, artefactos;  y en un punto prodigioso,  a veces, un grito, o una carcajada, no se sabe si  de alegría o locura, que parece condensar en uno solo, todos los sonidos citadinos.

Pero también, en esas raras treguas de los ruidos dominantes,  se escuchan de pronto las voces de los gorriones y de otros pájaros metropolitanos; o las agrias discusiones de cuervos que parecen  fugitivos de los versos de Poe, extraviados en la “jungla de cemento,” para tomar prestado un exhausto cliché periodístico.

Las emergencias urbanas que suscitan los alarmantes ululares de las sirenas de policías y bomberos,  son signos de  tragedias personales,  de colapsos individuales, de episodios de violencia doméstica. Los descuidos caseros, la omisión de los códigos de seguridad residencial, los hacinamientos de la pobreza, explotan en incendios, que sorprenden a veces a los habitantes de una residencia, y los atrapan en sus redes de fuego y humo.

La trama cotidiana de la ciudad es inevitablemente dramática y violenta. El choque de destinos estalla a veces cruentamente.  Las ambulancias y los coches de bomberos estruendosamente cuentan a la ciudad que una nueva emergencia está en curso, y que hay vidas en peligro. El tráfico se detiene prudente y respetuosamente para darles paso. Luego reanuda su intenso discurrir, cada conductor inmerso en sus propias preocupaciones.

Pero no todas las tragedias incitan alarmas sonoras. Sólo lo hacen las que trascienden su ámbito privado, y socializan  su destino de crisis. Muchas otras tragedias ocurren en silencio, taimadamente, en la intimidad de los hogares, en los manicomios, en los asilos de niños abandonados, o en las cárceles. O en las fábricas y oficinas.

La violencia doméstica, los embarazos precoces, los contagios, las sobredosis de drogas, todo eso transcurre en relativo silencio, en secuencias rutinarias, que llenan los días de trabajadores sociales, patrullas policiales, psicólogos y psiquiatras. Los fracasos juveniles, el momento en que un joven abandona la escuela, en que una joven madre decide dejar a su recién nacido en un basurero, son eventos furtivos. Son puntos de partida, rupturas, cuyas graves consecuencias, a veces cruentas, a veces simplemente melancólicas, ocurren sin dejar  rastros sonoros en el maltrecho aire urbano.

Haría falta un estudio exhaustivo de los ruidos de la ciudad.  Esta es  apenas una reflexión, una especie de abstracción, de ensoñación diurna de un habitante de la ciudad. Alguien que nunca sin embargo se cansa de maravillarse de la complejidad urbana, del misterio que es siempre una gran ciudad, en la que hasta los sucesos más ordinarios tienen algo de milagroso;   y en donde los prodigios pueden convertirse en rutina.

Pues mientras alguien sufre, padece o fracasa, igualmente alguien goza, disfruta o triunfa. Los ruidos de las emergencias, se mezclan con los de las celebraciones. La ciudad  vive y muere al mismo tiempo. Crea y destruye. Funciona y se entraba. Porque es simultáneamente un organismo vivo, una máquina, una obra de arte.

sábado, julio 16, 2022

El cambio en segunda

 

Hacia la gobernabilidad con Petro y su equipo. Del 19 de junio para acá. Primero, el estupor de los resultados electorales, que aunque eran ampliamente previsibles, al parecer, nadie esperaba; quizá ni siquiera el petrismo. Una cosa es esperar, confiar en un resultado, otra muy distinta es tener el resultado, como un hecho real, palpable. El momento de la victoria de Petro y Francia, y de la derrota, no tanto del ingeniero Hernández, como del antipetrismo, en todas sus variantes, desde Mafe Cabal, hasta Robledo, pasando por Vicky y sus secuaces, en Semana y otros medios. Alguien debería hacer una película, -o una peli, como dicen los españoles- sobre los diversos escenarios en los que se vivieron esos históricos momentos.

Ahora, casi tres semanas después, todo ha cambiado. En unos pocos días, el ambiente político se ha transfigurado por completo. Otra vez, algo que nadie se hubiera podido imaginar el mismo hasta el mismo día de las elecciones. Habrá que dejar que los hechos se decanten, antes de examinar con resultados comprensibles, qué es lo que ha estado, y está ocurriendo, y ojalá, siga ocurriendo.  El discurso de fondo ha sido el llamamiento de Petro a sus adversarios, y grupos no afines al Pacto Histórico a un acuerdo nacional; una especie de política de reconciliación. Sorpresivamente, su llamado ha encontrado entusiasta respuesta favorable. El mismísimo Uribe, el archi enemigo  de Petro, aceptó acudir a un encuentro con este, en el que intercambiaron opiniones, y se prometieron mantener un canal de comunicación permanente. Increíble hasta hace unos pocos días. Los diversos partidos políticos oficialmente reconocidos, han ido plegándose el acuerdo nacional, y hasta ofreciendose como partidos de gobierno, o cooperación. Esto le ha permitido a Petro y su grupo político obtener las mayorías parlamentarias, que necesita para una plausible gobernabilidad. 

Gracias al unanimismo en torno a Petro, el chiste nacional ahora es que "se busca una oposición. Se reciben hojas de vida." El flojo humor prosigue con pedir a una cantante de nombre Marbelle, más conocida por su sectarismo político que por su música, que por favor no se vaya, como había amenazado en caso de triunfar Petro, porque ella es la única opositora real a Petro. Hasta ahí el humor, porque lo que sigue es menos chistoso.

Una verdadera, eficiente, incontrastable oposición a Petro, se teme, vendría, no de un grupo, o sector político, empresarial, o gremial, sino de las fuerzas armadas, concretamente, el ejército, cuyo comandante Zapateiro es enemigo declarado de Petro. Zapateiro ya renunció, y se irá el 20 de Julio. Pero eso no quiere decir que la mala voluntad que puede haber inculcado en la fuerza contra el gobierno de Petro se vaya con él. Como lo advirtió el mismo general, detrás de él quedan muchos zapateiritos. Pero no hacen falta, para inspirar sospecha sobre la posible actitud de los militares contra Petro, debido en gran parte s su condición de ex guerillero. 

Sin embargo, dada la creciente legitimidad pública y oficial del gobierno electo de Petro y Francia Márquez, resulta difícil creer que haya militares dispuestos a arriesgarse yendo abiertamente contra la institucionalidad, y la mayoría del sentir político. Las consecuencias de tal conducta podrían ser realmente catastróficas. Y los zapateiritos lo saben. 

Especulaciones sensacionalistas aparte, lo cierto es que Petro y su equipo, no la van a tener fácil. Todos, o casi todos los comentarista serios y conocedores de la realidad del país, coinciden en que el gobierno de Iván Duque ha sido un desastre, y que entrega un país en estado poco menos que desastroso. Duque tiene la excusa de la pandemia para justificar sus malos resultados, pero eso no es suficiente. Las estadísticas de pobreza, violencia, deterioro ambiental, entre otros factores, son elocuentes. Duque además deja tras de sí un ambiente de corrupción y oportunismo, de complacencia con el uso placentero del poder, en favor suyo y de sus allegados políticos y personales. Duque ha pasado semanas, y hasta meses, en el exterior, a bordo del avión presidencial, con comitivas hasta de 150 personas (Mafe Cabal), incluyendo, siempre, a su hermano, conocido además por "ser mamón"(ex senador Pulgar.)

Como lo denunció y explico recientemente el profesor Salomón Kalmanovitz en su columna "El corrupto legado de Duque": 

"El déficit fiscal que encontrará la nueva administración será de $83 billones, equivalentes al 6,8 % del PIB, el más alto en la historia del país; al mismo tiempo, se encontrará con que la deuda pública se incrementó del 36 % al 57 % del PIB entre enero de 2019 y el mismo mes de 2022, que obligará a pagar altos intereses y reducir el gasto en sus programas prioritarios." (El Espectador, 3 de julio 2022.) 

Son cifras espeluznantes, pero también elocuentes sobre los resultados tangibles del manejo fiscal del gobierno de Duque. Y dado que este puede alegar algunas justificaciones para esas cifras, lo cierto, y fondo, es que Petro recibe unas arcas fiscales poco menos que en ruinas, y que el esfuerzo para pagar esas deudas ocupará buena parte de los recursos que necesita para financiar sus programas.  

Petro ha avanzado ya en la conformación de su gabinete, con nombramientos realmente acertados. Comenzó con el de Alvaro Leyva Durán para relaciones exteriores. Leyva es un conservador por tradición, pero enfático y activo partidario del acuerdo de paz de 2016 entre estado y Farc. Leyva ha sido durante años un interlocutor de confianza del Secretariado de las Farc, ahora ex Farc, convertidas en Comunes. El segundo gran nombramiento ha sido por supuesto el de José Antonio Ocampo, un economista de alto nivel internacional, y de conocidas inclinaciones progresistas. 

Luego han venido las mujeres: Patricia Ariza, Cecilia López Montaño, Susana Muhamad, Carolina Corcho. Un grupo fenomenal, que estarán a cargo respectivamente de los ministerios de Cultura, Agricultura, Ambiente, y Salud. De todas ellas tengo referencias, y muy buenas, salvo de Susana Muhamad, de cuyo nombre por primera vez me entero, pero las referencias que se publican son también excelentes. Para comenzar descartó ya los temibles fracking  del petróleo, y el glifosato contra los cultivos de hoja de  coca, y contra la naturaleza en general, incluyendo humanos. Es un gran alivio que ya no se vaya a utilizar semejante veneno. Del primero dijo Susana, que convierte un improductivas las tierras a su alrededor.

A estas alturas parece que el gabinete de Petro ya está casi totalmente conformado. Y todo indica que será un grupo muy eficiente y honesto, a la altura de los retos que deberán enfrentar el gobierno del Pacto Histórico, y su coalición de gobierno.  

Mientras todo esto ocurría, la Comisión de La Verdad, encabezada por el padre Francisco de Roux, presentó su informe final, luego de tres años de extensas e intensas investigaciones, con cifras verdaderamente asombrosas de casos investigados. La ceremonia de entrega tuvo lugar el 28 de junio, en el teatro Jorge Eliécer Gaitán.  En conmovedor intervención, el padre de Roux describió los atroces hallazgos de la investigación, se preguntó en nombre de todos  sus compatriotas, ¿cómo nos hemos atrevido a tolerar esto? La cifra más aterradora: más de 450,000 personas asesinadas durante el Conflicto. Más aun, de Roux señaló: se necesitarían 17 años para dedicar un minuto de silencio a cada víctima. 

Como cosa rara, el presidente Duque no asistió al evento. Prefirió irse de paseo a Portugal. Petro, y Francia Márquez, sí estuvieron presentes. De Roux hizo entrega a Petro de una copia del primer cuaderno del informe final. Al día siguiente Duque y algunos de sus funcionarios recibieron a de Roux y sus colegas, para recibir el informe. 






lunes, mayo 16, 2022

De la felicidad, a ratos

 ¿Es posible ser feliz a ratos?, me preguntaba el otro día, mientras esperaba el sueño acabando de apagar la luz a la 1 AM. Esa hora, entre las 12 y la 1, aproximadamente, se ha vuelto mi única hora de reflexión real en  mi, entre afanoso y aburrido, día. Esa día había leído algo de retórica, uno de mis permanentes temas de interés. Algo sobre la voz literaria, y su relación con el estilo. La retórica es un arte venido a menos, como lo reconoce uno de sus expertos, el pensador I.A. Richards, en su libro sobre la filosofía de la retórica; el penúltimo de esa noche, antes del libro de Dona Hickey sobre la voz literaria, y su hermosa cláusula sobre cómo ésta se descubre, por medio de signos escritos, reveladores del lenguaje, que el escritor usa para mostrar su relación con el tema, la audiencia, y la ocasión, en un tiempo determinado. Richards a su vez propone hacer de la respuesta a la pregunta sobre la relación entre mala y buena comunicación, el objeto de la retórica.

 Uno de los motivos de la mala fama de la retórica, especialmente entre quienes nunca la han estudiado ni comprendido, aunque puede que sí, utilizado, es su origen como arte de persuadir, de convencer, no necesariamente de la verdad, sino del mensaje del orador; que puede ser o no deshonesto. De hecho, nuestra época abunda en magos retóricos, capaces de hacer creer a multitudes casi cualquier cosa. 

Esto, claro, nos lleva a  Donald Trump, pero no quisiera arruinar el rato. Grandes pensadores, empezando por el mismísimo Aristóteles han  hecho del estudio de la retórica un arte epistemológico, una sutil ciencia del uso del lenguaje con fines de comunicación eficiente. 

En nuestra época existen escuelas de escritura, en las que se enseñan los elementos de las técnicas literarias y escriturarias en general. No se les considera escuelas retóricas. Los maestros en esas escuelas, por lo general escritores consagrados, suelen plantear en sus inicios de clase la pregunta de si es posible enseñar a escribir, o si el talento literario es innato, y no puede inducirse. 

La mayoría contestan que ambas cosas son ciertas, que el talento es infaltable, pero que aun el más talentoso escritor escribe mejor si es consciente de las diversos elementos de la actividad escrituraria. Un genio estudiado es siempre mejor que un genio ignorante, es lo que se indica. Y que aun el escritor menos talentoso, puede escribir mejor, o menos mal, sí es consciente y domina, y usa las diversas técnicas literarias. Este es, en realidad, un debate anodino. Es cierto que hay genios, pero no siempre los genios son los mejores escritores. Y hay grandes escritores que ni fueron ni pretendieron ser genios. 

Pero mi interrogante inicial persiste. ¿Es posible ser feliz, a ratos? Una respuesta negativa sería una catástrofe. Sería la negativa total de la posibilidad de ser feliz; puesto que la felicidad, si existiere, solo es posible a ratos, es decir, efímeramente. Solo hay momentos felices, no estados felices. Se es feliz ocasionalmente, y solo ocasionalmente; puesto que la felicidad permanente, en el ámbito típicamente humano, es imposible. Para comprenderlo, basta con imaginarlo. Supongamos que alguien, como esa chica de mi curso de francés online  (1), que se siente feliz porque es el día de su cumpleaños, tiene el día libre, y puede hacer lo que más le gusta, que es irse de compras. 

Su entusiasmo, y su dicha momentánea, son comprensibles. Aunque con un año más, ella es todavía joven, es saludable, hermosa, soltera, y tiene recursos para darse gusto en las tiendas de ropa y aderezos. Si le gustaran sobre todo los libros, sería igualmente feliz por poder dedicar el día a sus librerías favoritas, que estando en París podrían incluir nada menos que a la justamente célebre Shakespeare & Company. Pero si  algo hay en abundancia en  París son librerías, de modo que tendría mucho que escoger.  Y ahí, tal vez, comienza el problema. Por el momento, solo tiene un día para disfrutar las librerías, o las tiendas elegantes, si lo prefiere. Tiene que desplazarse, en su propio auto, pero aunque eso es más cómodo que usar el metro, u otro medio de transporte público, de todos modos tiene que lidiar con  el tráfico parisiense, nada fácil, por cierto. Ella vive con su madre, de modo que es posible que, mientras maneja, suene su celular. Es ella, que la llama para comentarle algún desagradable asunto familiar, o para pedirle que vaya a una droguería por un medicamento que necesita urgentemente. 

La vida pues sigue su curso, y esto incluye toda clase de posibilidades, no necesariamente compatibles con su estado de felicidad; porque este es momentáneo, pasajero; como lo es siempre la felicidad. 

Que solo es posible, verdaderamente, a ratos. Esto es discutible, claro. Si alguien cree que, o que la felicidad es completamente imposible, o que es posible permanentemente, me gustaría no solo dialogar con esa persona, sino conocerla. Supongo que, en algunos casos, un loco puede ser, o sentirse, siempre feliz. El personaje de Notas desde el Subsuelo, de Dostoyevski, es tal vez feliz a lo largo de su incansable diatriba. Puede que, también, Poprishchin, el personaje de Memorias de un Loco, de Gogol., se sienta a veces feliz en el curso de las fantasías de su deterioro mental. Supongo que hay otros ejemplos literarios, y no por eso menos reales. 

(1) "C'est mon jour de chance." (A l'e ecoute de la langue françcaise-5.)