sábado, noviembre 26, 2022

 

La violencia como mercancía

Hace ya varios años, un estudio, del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Michigan, confirmó lo que se sabe desde hace mucho tiempo. Muchos adultos agresivos fueron consumidores infantiles de violencia televisiva.

Los niños han sido, consuetudinariamente, una clientela desprotegida, una audiencia indefensa y cautiva del cine y la televisión. La exposición a la violencia ficticia tiene el efecto de hacerles creer que la violencia real es correcta, y que los héroes pueden ejercerla legítimamente. Se asocia pues el heroísmo con la violencia. Los niños pierden las defensas morales ante la violencia. La investigación de la Universidad de Michigan siguió a los sujetos observados desde la niñez a la edad adulta.

En junio de 1999, como consecuencia de la matanza de la escuela Columbine,  en  Littleton, Colorado,  en abril de ese año,  el presidente Bill Clinton encargó a la Oficina Federal de Comercio (FTC) investigar el mercadeo de películas y otros productos de contenidos violentos dirigidos a los niños por parte de la industria de entretenimiento.

Los resultados del estudio, dados a conocer en septiembre de 2000, fueron impresionantes. Los investigadores encontraron que las industrias del cine, la música y de juegos electrónicos, empleaban técnicas de mercadeo, de materiales de contenido violento explícitamente, dirigidas a los jóvenes menores de 17 años, en algunos casos a la población menor de 12 años. La FTD asumió una actitud cautelosa respecto a la relación entre cine, música y juegos electrónicos explícitamente violentos, y las posibles conductas agresivas de los espectadores. Pero admitió que es una relación que debe investigarse.

Una comisión del senado, presidida entonces por el senador por Arizona John McCain (qepd), emplazó a las principales empresas de esas ramas de la industria del entretenimiento. Algunas enviaron a sus voceros, todos estos admitieron como ciertas las conclusiones de la investigación, y algunos gerentes prometieron hacer algo al respecto. Otros no. Las empresas se ampararon bajo la Primera Enmienda Constitucional, que consagra la libertad de expresión.

En el campo legal, como reflejo del modelo seguido en el caso del tabaco, ha habido intentos de demandar a las compañías de entretenimiento cuyos productos violentos han podido ser relacionados con episodios reales de violencia. Sin embargo, los jueces han rechazado las demandas correspondientes, basados precisamente en la Primera Enmienda Constitucional. Una demanda contra la casa editora de un manual para sicarios, titulado Hit man: a technical manual for independent contractors, por una supuesta víctima de uno de los lectores y usuarios del manual, -Rice vs. Paladin Enterprise,- tuvo mejor destino litigioso, pero el caso fue tranzado fuera del sistema judicial.

Un caso  de influencia de la televisión en una conducta criminal, fue el de dos hermanos  de Riverside, California,  sospechosos de asesinar y decapitar a su madre, para evitar la identificación del cadáver. Su conducta criminal, se habría basado en un episodio de la, entonces muy popular serie televisiva,  The Sopranos.

No cabe duda de que el tema que más llama la atención en tales casos, es el de la capacidad de la violencia ficticia, promovida como mercancía, hacia una audiencia juvenil, de  causar comportamientos violentos. Pero el caso de varias películas de video de comienzos de este siglo titulada Bumfight: case for concern” plantea otra clase de preocupaciones.

Dos jóvenes realizadores de Las Vegas, Ray Leticia y Ty Beeson (pseudónimos, aparentemente) compraron derechos en esa serie para filmar escenas de indigentes, a quienes pagaron para que se entrabaran en violentas confrontaciones, con daño físico real. Bumfight se hizo con la técnica de un documental, pero con cierto elemento de ficción, puesto que los protagonistas peleaban ante las cámaras por dinero. Eran indigentes actores. Pero sus hechos violentos eran auténticos. Y ese era el meollo del asunto.

Las películas Bumfight fueron hechas con fines comerciales, para satisfacer un mercado. Se diseñaron como producto comercial. No como espectáculo para exhibir en un teatro, sino como videtapes, para llevarse a casa y “disfrutar” a gusto, sin restricciones. Como una película pornográfica.

Los realizadores de la serie concibieron la idea, al observar una vez la fascinación de un grupo casual de observadores de una bronca entre indigentes. Como cualquier empresario,  Leticia y Beenson, y otros productores, detectaron un mercado. Y se propusieron explotarlo. Pero lo que percibieron no fue sólo la fascinación de un público potencial con la violencia en sí misma, sino la fascinación de ese mismo público con la indigencia. Los realizadores decidieron entonces combinar en un sólo producto esos dos elementos.

Tres años tardaron en llevar a cabo su proyecto. A sabiendas de que la violencia es un componente cotidiano de la vida indigente, frecuentaron lugares de concurrencia de homeless en San Diego y Las Vegas. Se limitaron a pagar a los indigentes por dejarles filmar sus sórdidos pleitos. Las películas salieron al mercado a mediados de 2002. Fueron un éxito. En menos de dos meses vendieron 300,000 copias. Los jóvenes realizadores se hicieron millonarios. 

Valen la pena algunas observaciones y comparaciones entre la violencia ficticia del cine, la televisión, cierta música, los juegos electrónicos, por un lado, y el tipo de violencia comercializada en Bumfights, por otro. La primera clase de violencia,  visualmente cruel, gráficamente sangrienta, es sin embargo ficticia. No es real. El espectador, por torpe que sea, sabe que terminada la escena los actores se levantan, se limpian el jugo de tomate, se abrazan, y se van a celebrar.

Para los actores de las Bumfights no hay tregua entre lo ejecutado ante las cámaras y la vida real. Sus heridas sangran de verdad. Pueden verse envueltos en otra bronca similar apenas se hayan ido los cinematografistas. Los compradores del producto, el videotape de Bumfights, saben esto. Son conscientes de que, lo que ven en sus pantallas es real. La miseria, las llagas, las heridas, los harapos son reales, no son maquillaje que se lava después de la escena.

Pero no hay indicio alguno de que Bumfights induzca conducta violenta alguna por parte de los compradores del video, o quienes lo vean. Aunque es posible que el video sea visto por niños, no fue diseñado para ellos. No buscaba explotar el mercado juvenil. Paradójicamente, siendo su contenido de hecho más violento que el del cine y la televisión, es en realidad menos dañino que este.

Algunos comentaristas han encontrado que el éxito comercial de Bumfights es indicativo de perturbadoras tendencias sociales. De una cierta decadencia moral. Y puede que sí. Pero lo que verdaderamente indica esa demanda es un interés en algo concreto: la violencia de la vida indigente. Y esta a su vez es la manifestación máxima de la derrota en una sociedad que divide a sus individuos entre ganadores y perdedores, desde el punto de vista del éxito económico y el poder político y social. Los indigentes son iconos vivientes de las consecuencias de no seguir las reglas, de no ser supuestamente consecuentes con la ética de trabajo, y los demás principios de una sociedad,  puritana en los principios,  y hedonista en los fines. La fascinación con la indigencia, y con la violencia inherente a la vida en las calles, puede ser repugnante, pero no necesariamente dañina. No más dañina que la indigencia misma.

La violencia ficticia del cine y la televisión, diseñada como una droga, para audiencias potencialmente adictas, puede en cambio inducir conductas de verdad violentas. Su lógica es síntoma de una depravación profunda, que convierte todo en mercancía, y que erige el lucro y el éxito económico en los valores fundamentales de esta sociedad.

En cambio , aun sin proponérselo, Bumfights fue una una ventana a un hecho que, aunque ocurre a la vista de todos, es sistemáticamente ignorado. Una invasión de la intimidad del conformismo puritano, que prefiere ignorar las consecuencias de la injusticia social y económica, en la sociedad más avanzada y rica del planeta.

No hay comentarios.: