viernes, enero 06, 2023

 

Filosofía cotidiana

¿Debería dejarme crecer el pelo? Si volviera a empezar, ¿haría las mismas cosas de nuevo? Dos preguntas que aparentemente no tienen nada que ver la una con la otra. Dejarse o no crecer el pelo parece una decisión trivial, anodina. Decidir si la vida de uno valdría la pena de ser repetida parece una pregunta trascendental. 

Y sin embargo, puede que sea exactamente lo contrario. Pues sin ser una decisión trascendental, decidir acerca del largo de mi cabello es una cuestión real, a mi alcance, que tiene efectos, así sea menores, en mi vida cotidiana.

Para empezar, implica que tengo una cabellera de la cual cuidar. En cambio, ponerme a pensar en cómo sería mi vida si tuviera otra oportunidad, con toda su apariencia de trascendencia es en el fondo un tema irreal, una pregunta sin respuesta, puesto que no tiene posibilidad alguna de realizarse como respuesta, pues en ningún caso tendría existencia. Puesto que mi vida, como la de cualquier otra persona, es única e irrepetible.

Si decido dejarme crecer el pelo eso significa que lo tengo más o menos corto. Implica que quiero un cambio de apariencia personal. Eso a su vez tiene que ver con mi estado de ánimo, como me siento, mi autoestima, mi yo, mi ego.

A lo mejor creo que no luzco tan bien como debiera. A lo mejor tengo la impresión de no tener una apariencia suficientemente atractiva para el sexo opuesto. Si estoy casado eso puede que tenga algo que ver con el estado de mi relación conyugal. Si soy soltero, quizá crea que es hora de sentar cabeza, y atraer la atención de la persona con la cual compartir mi vida.

Puede que todo esto nada tenga que ver con mi vida sentimental, sino con mi profesión. Dado que vivo en Los Angeles, quizá crea que un nuevo corte de pelo me ayudaría en mis aspiraciones de convertirme en actor. En ninguna otra ciudad como en esta la apariencia tiene tanta importancia. Mi dentista me contaba que ha tenido que extraer piezas dentales perfectamente sanas y sustituirlas por prótesis para mejorar la sonrisa de un actor o actriz en ciernes. El vestuario, el porte, y por supuesto la apariencia juvenil, la belleza personal son fundamentales para abrirse paso entre la multitud de aspirantes, como uno, a ser llamados por los ejecutivos cinematográficos.

El tema de mi corte de pelo puede pues ser en extremo importante y complicado. Pero aun en el caso de que sea simplemente una cuestión de simple apariencia, de decidir cómo me veo mejor, sin que ello tenga que ver con mi vida sentimental, o con mis aspiraciones profesionales, la de mi corte de pelo es una pregunta que se refiere a un  tema real, a algo que responde a la exigencia del llamado axioma existencial de los filósofos.

Quizá no sea algo tan importante como decidir si me caso o no me caso, si me mudo o no a otra ciudad, si renuncio o no mi  empleo, si estudio esta u otra carrera. Pero aun así, es un tema infinitamente más relevante que el trivial ejercicio de decidir como querría que fuera mi vida si pudiera vivirla de nuevo.

Por supuesto que uno puede y debe evaluar su vida. Sócrates proclamaba que sólo la vida examinada vale la pena de vivirse. Y creo que eso es cierto. Pero una cosa es examinar uno la trayectoria de su existencia, decidir si ha aprovechado sus días, “que uno tras otro son la vida,” como dice el verso del colombiano Aurelio Arturo; y otra ponerse a pensar en lo que pudo haber sido y no fue, o en lo que haría yo, si volviera a nacer. Esas fantasías pueden ser tema de divagaciones noctámbulas, pero no me enriquecen filosóficamente; no me ayudan a pensar y vivir mejor mi vida; esta única e irreemplazable vida de la cual soy sujeto consciente.

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