miércoles, noviembre 23, 2022

 

Acerca de Murphy

 Variaciones sobre un tema de Becket

                La certeza de nuestra mortalidad nos deslumbra a veces con su portentosa evidencia. De pronto todas las cosas pierden importancia ante esta verdad inalterable. Todo palidece. Qué tanto puede importarnos que tal o cual asociación mande o no flores a nuestro funeral, o que la asistencia a este sea  escasa, si uno estará muerto dentro del cajón, o el cofre de cenizas. Qué pudo importarle, por ejemplo, a Murphy, que el destino final de sus cenizas no fuera el inodoro de su teatro favorito.  Sus restos fueron cremados de acuerdo a su última voluntad. Pero aun si este postrer deseo suyo se hubiera frustrado, nada le habría importado. Es incluso probable que de haber sabido el destino final de sus cenizas habría preferido éste, a que su cuerpo sin cremar fuera arrojado en una fosa común. Y aun de esto último se habría también consolado, sabiendo que el mismo destino corrieron los restos nada menos que de Mozart.

            Murphy siempre tomó para sí lo menos posible de este mundo. Esto sin dejar de ser un insaciable egoísta.  Quizá por eso al final sus cenizas llegaron a formar parte de algo tan comunitario como la basura que diariamente se barre de bares, cafés y restaurantes, resultado de las actividades del día.  Murphy, tan austero, habría aceptado esto con filosófico desdén. Pero sobre todo, se habría quizá divertido.

                Porque no puede negarse un elemento cómico, tragicómico si se quiere, en el destino final de las cenizas de Murphy.  No muy diferente de su última voluntad de que estas fueran arrojadas al inodoro de su teatro favorito, para que al halar alguien la cadena las enviara por las tuberías municipales, a un deletéreo cementerio marino. Murphy, obviamente, a pesar de su modestia y su austeridad, anhelaba como todos un destino grandioso. Queda a sus biógrafos, si los tuviere, decidir si lo logró, a pesar de todo.  Personalmente, como lector de "Murphy",  creo que Murphy lo logra. Veamos si no.

                El hombre encargado de llevar el saco con las cenizas todavía tibias de Murphy, iba camino a cumplir su misión de verterlas en el  inodoro público del teatro favorito de Murphy, cuando al pasar frente a un bar, decidió entrar a echarse una copa. En esas estaba, cuando se involucró en una discusión con otro contertulio. En un momento dado, al sentirse ofendido, arroja las cenizas a la cara de su oponente, se arma la grande, todos los asistentes al bar participan y una de las cosas que hacen es patear sin misericordia la bolsa con las restantes cenizas de Murphy, con intensidad y eficacia, hasta que al final, "el cuerpo, la mente, y el alma de Murphy terminan libremente dispersos por el piso, y antes de que el alba viniera a desplegar su luz grisácea sobre el mundo, fueron barridos con el aserrín, la cerveza y las colillas, los vasos rotos, las cerillas, los vómitos, los escupitajos."

Esa bronca de cantina fue acaso una ceremonia funeral viva y entusiasta, como Murphy no habría soñado tenerla. Sus cenizas fueron obviamente a parar al basurero público, algo menos pretencioso que flotar para siempre en el reino ineluctable de Poseidón, pero no menos digno. Devuelto al todo, para reintegrarse con su materia original, que era  su inevitable pero grandioso destino.

 

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