Acerca de Murphy
Variaciones sobre un tema de Becket
La certeza de nuestra mortalidad nos deslumbra a veces
con su portentosa evidencia. De pronto todas las cosas pierden importancia ante
esta verdad inalterable. Todo palidece. Qué tanto puede importarnos que tal o
cual asociación mande o no flores a nuestro funeral, o que la asistencia a este
sea escasa, si uno estará muerto dentro
del cajón, o el cofre de cenizas. Qué pudo importarle, por ejemplo, a Murphy,
que el destino final de sus cenizas no fuera el inodoro de su teatro
favorito. Sus restos fueron cremados de
acuerdo a su última voluntad. Pero aun si este postrer deseo suyo se hubiera
frustrado, nada le habría importado. Es incluso probable que de haber sabido el
destino final de sus cenizas habría preferido éste, a que su cuerpo sin cremar
fuera arrojado en una fosa común. Y aun de esto último se habría también
consolado, sabiendo que el mismo destino corrieron los restos nada menos que de
Mozart.
Murphy siempre tomó para sí lo menos posible de este
mundo. Esto sin dejar de ser un insaciable egoísta. Quizá por eso al final sus cenizas llegaron a
formar parte de algo tan comunitario como la basura que diariamente se barre de
bares, cafés y restaurantes, resultado de las actividades del día. Murphy, tan austero, habría aceptado esto con
filosófico desdén. Pero sobre todo, se habría quizá divertido.
Porque no puede negarse un elemento cómico, tragicómico
si se quiere, en el destino final de las cenizas de Murphy. No muy diferente de su última voluntad de que
estas fueran arrojadas al inodoro de su teatro favorito, para que al halar
alguien la cadena las enviara por las tuberías municipales, a un deletéreo
cementerio marino. Murphy, obviamente, a pesar de su modestia y su austeridad,
anhelaba como todos un destino grandioso. Queda a sus biógrafos, si los
tuviere, decidir si lo logró, a pesar de todo.
Personalmente, como lector de "Murphy", creo que Murphy lo logra. Veamos si no.
El hombre encargado de llevar el saco con las cenizas
todavía tibias de Murphy, iba camino a cumplir su misión de verterlas en
el inodoro público del teatro favorito
de Murphy, cuando al pasar frente a un bar, decidió entrar a echarse una copa.
En esas estaba, cuando se involucró en una discusión con otro contertulio. En
un momento dado, al sentirse ofendido, arroja las cenizas a la cara de su
oponente, se arma la grande, todos los asistentes al bar participan y una de
las cosas que hacen es patear sin misericordia la bolsa con las restantes
cenizas de Murphy, con intensidad y eficacia, hasta que al final, "el
cuerpo, la mente, y el alma de Murphy terminan libremente dispersos por el
piso, y antes de que el alba viniera a desplegar su luz grisácea sobre el
mundo, fueron barridos con el aserrín, la cerveza y las colillas, los vasos
rotos, las cerillas, los vómitos, los escupitajos."
Esa bronca de cantina fue acaso una ceremonia funeral viva y entusiasta, como Murphy no habría soñado tenerla. Sus cenizas fueron obviamente a parar al basurero público, algo menos pretencioso que flotar para siempre en el reino ineluctable de Poseidón, pero no menos digno. Devuelto al todo, para reintegrarse con su materia original, que era su inevitable pero grandioso destino.
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