Otra
vez este blog había estado inactivo durante varios años; ya era hora
de revivirlo. Este había sido un proyecto permanentemente pospuesto. En
realidad el blog se había extraviado, y de pronto surgió cuando yo menos
lo esperaba, apareció por si solo, durante un cambio de equipo digital,
o tal vez lo busqué inconscientemente; en todo caso fue menos difícil
de lo esperado. Me puse pues a escribir estas reflexión introductoria a
la reactivación; pero la puse en la nevera, y fui aplazando la decisión
de hacerle una revisión final y publicarla. Los días se iban y yo seguía
(perdón por la atrocidad lingüística) "procrastinando" su publicación.
No que eso fuera tan importante, en realidad yo iba a ser la única
persona en notarlo. Pero tenía que quedar bien conmigo mismo.
Sobrevinieron
entonces las elecciones presidenciales colombianas del 25 de mayo de
2014, y de pronto me vi en la urgencia de escribir sobre eso, y no hubo
pues tiempo para ceremonias ni brindis de reactivación. Y el blog se
reactivó ciertamente, y no sólo con motivo de la política colombiana,
sino del tema mucho más interesante del Mundial de Fútbol del Brasil, a
mediados de 2014. Pero luego, pasadas las emociones de los partidos, y
asentada la polvareda electoral colombiana, Rayuela, o mejor, su autor,
volvió a caer víctima del sopor de la diaria rutina.
Ahora,
tres años después de ese breve espasmo creativo, nuevamente, vuelve a
reactivarse, esta vez si en serio y definitivamente.. Todos los temas y
asuntos pertinentes recibirán atención de este bloguero, siempre
principiante en algo, siempre inexperto, a pesar de sus años.
Siempre
hay mucho que decir, cada día se siente como una especie de ansiedad
ante las tantas cosas que suceden, y que dan ganas de comentar, aludir,
situar. En fin, es un proceso muy difícil, es difícil vencer las
inhibiciones, los temores a no saber lo que uno quiere decir; o no
encontrar la forma auténtica, verdadera, de decirlo; o la razón para
decirlo.
Desde
que la descubrí, en un glorioso texto del filósofo ruso-británico
Isaiah Berlin, me he apropiado de la metáfora del zorro y el erizo; de
la cual hicieron brillante uso el mismo Berlin, claro, en su estudio
sobre tres pensadores rusos; y su discípulo chileno, el maestro Claudio
Veliz, en su magnífico ensayo de una filosofía de la historia
latinoamericana, 'The New World of the Gothic Fox', traducible como El
Nuevo Mundo del Zorro Gótico.
Berlin
tomó la mencionada metáfora de un verso del poeta griego Arquíloco, que
dice: 'El zorro sabe muchas cosas; pero el erizo sólo sabe una gran
cosa.' Según Berlin la metáfora ha sido interpretada en el sentido de
que, con toda su astucia, el zorro no puede con el obsesivo erizo. El
zorro sabe muchas cosas, pero sin profundidad. El erizo sólo sabe una,
pero la sabe muy bien. La comparación, asegura Berlin, es aplicable a
los grandes pensadores y creadores, y en última instancia a los seres
humanos en general.
Berlin
emprende entonces una aventurada clasificación de algunos grandes
hombres en las dos categorías. Tolstoi, a propósito de quien Berlin trae
a cuento la metáfora, es un erizo que quiere ser zorro, o tal vez al
revés, lo que viene a ser lo mismo.
Personalmente,
y sin pretender compararme con ninguno de los grandes hombres aludidos
por Berlin, siento simpatía y afinidad hacia el prototipo del zorro.
Esto, claro, sin subestimar a los erizos, tal vez mas bien
envidíandolos. Quizá sea mucho mejor tener la aptitud y la capacidad
para identificar un tema, o un tópico, o un campo teórico, y
concentrarse en ello.
El
problema es que son muchos los temas, los hechos, los sucesos. Es
fabuloso el permanente discurrir del tiempo. ¿Va o viene? ¿Es que el
presente se convierte constantemente en pasado? ¿El futuro en presente?
Parece claro que sin presente no habría ni pasado, ni futuro. Todos los
tiempos existen en el presente. Pero este continuamente deja de ser, se
convierte en pasado. Y para ser presente, se nutre constantemente del
futuro, que sin cesar se vuelve presente, y luego pasado.
El
tiempo es pues sin duda el mayor misterio, el más enigmático, y a la
vez el más obvio, el más evidente enigma, el interrogante que es su
propia respuesta y su propia negación; el flujo inasible, que nos lleva
en su fluidez, sin darnos de lo esencial de si; es decir tiempo para
discernir qué es el tiempo.
El
otro gran misterio es la conciencia, es decir, la mente. ¿Cómo
pensamos? ¿Qué es el pensamiento? Filósofos y científicos de todas las
épocas se han obsesionado con responder esta pregunta, sin lograr jamás
una respuesta totalmente satisfactoria.
En
vano se empeñan los neurofisiólogos y neurocientíficos más idóneos en
atrapar, circunscribir, aislar los factores materiales y biológicos del
pensamiento. El instante preciso en que las neuronas y las ondas que las
circulan se convierten en conciencia, en mente, sigue escapándose. Lo
bueno, claro, es que en esta búsqueda, la mente humana ha mostrado lo
mejor de si misma, con lo cual no ha hecho sino ahondar su propio
misterio.
Que
no puedas llegar es lo que te hace grande, creo que escribió alguna vez
el gran Goethe. El camino es la meta, pudiéramos añadir, sin
originalidad alguna, precedidos también por Serrat, entre otros. Debemos
pues seguir andándolo, sin prisa y sin pausa, esperando nunca llegar
al final, es decir, nunca trascender la meta que es el camino mismo.
Sigamos
pues tras los enigmas del tiempo y la conciencia. Agreguemos a estos
dos misterios el de la naturaleza de la verdad. ¿Qué es la verdad?
Precedidos también en esto por filósofos incansables, que la han
explicado, refutado y negado, sin llegar jamás a su secreto metafísico.
La única verdad es que no sabemos a ciencia cierta que es la verdad.
Llegamos
así el incitante terreno de las paradojas. Si afirmo que siempre
miento, y esto es cierto, estoy negando que miento. O sea que cuando
afirmo que miento, digo la verdad, y al mismo tiempo niego lo que digo,
es decir, que miento. Esto nos lleva a la más prestigiosa, creo, de las
paradojas, la de Bertrand Russell. Para entenderla hay que situarse
dentro del paradigma de la teoría de conjuntos (set theory) de las
matemáticas.
La
realidad se compone de conjuntos, o sets de elementos, de toda clase.
Todas las cosas de este mundo, todas, son susceptibles de agruparse en
conjuntos, con cosas en algún aspecto semejantes unas a otras. Pues
bien, forzosamente, dice Russell, ha de haber un conjunto de las cosas
que no pertenecen a ningún grupo, pero que por tener esa característica,
la de no ser agrupables, son paradójicamente agrupables en el conjunto
de las cosas no agrupables.
Según
los historiadores de la filosofía moderna, el planteamiento de esta
paradoja le arruinó la existencia al filósofo austriaco Gottlob Frege,
junto con Russell, y Wittgenstein, uno de los fundadores de la filosofía
analítica. Cuenta la leyenda que Frege acababa de concluir su famoso
tratado "The Foundations of Arithmetic", y que por algún motivo, que no
tengo muy claro, pero que se puede aclarar más adelante, la paradoja de
Russell echó a perder. Ignoro si Russell se alegró de esto, lo dudo
mucho, el británico era un hombre de gran generosidad y nobleza, por
cierto mentor del muy ingrato Wittgenstein, cuyo Tractatus lúcidamente
prologó.
Siempre
he sentido temor de dos famosas maldiciones chinas. Ojalá te toque
vivir una época interesante, dice una; que se cumplan tus deseos, asigna
la otra. No cabe duda me ha tocado, nos ha tocado, vivir una época
interesante. En cuanto a mis deseos, supongo que algunos se han
cumplido, otros no. Nunca he deseado ser feliz, y sin embargo a veces lo
he sido. He aprendido que la felicidad es un estado fugaz, ocasional,
no algo permanente, y que tratar de alcanzar un estado de permanente
felicidad es la mejor forma de ser ser permanentemente infeliz.
Una
vez una joven mujer se despertó convencida de que ese día que empezaba
iba a ser el más feliz de su vida. Sintió esto con tal intensidad, que
la idea de que ese día tan feliz se iba yendo inevitablemente con el
paso de las horas, la hizo sentir profundamente infeliz. No sé si leí,
imaginé, o soñé esta historia, pero creo que su contenido es verídico,
aun en el terreno de las suposiciones.
Tengo
anhelos, claro, que vislumbro con claridad cada día, pero más que con
alcanzar algo nuevo sueño con conservar lo que tengo y seguir siendo lo
que soy; con algunas mejoras, claro, de salud sobre todo, no porque esté
enfermo de algo, sino porque la edad trae limitaciones en aspectos de
la vida que considero esenciales para vivir momentos felices, como
enamorarse y hacer el amor, como leer y entender y recordar, como poder
disfrutar del mundo y percibirlo sin limitaciones; y anhelo conservar lo
que tengo y recuperar algo de lo que por fuerza del paso del tiempo he
perdido. Lo cual me deja sin saber si he sido víctima o no de la
maldición china, o si quiero ser su víctima, es decir, si quiero que
mis anhelos se cumplan no importa lo que pase.
Pero
volviendo a la primera maldición, uno de los temas que más me interesan
es el de la condición humana en general, y en particular la condición
humana en las actuales circunstancias históricas. ¿Cuál ha sido el
impacto de la revolución digital en nuestras culturas y sociedades
contemporáneas? La revolución digital ha cambiado completamente nuestras
vidas en el curso de unas pocas décadas. Todo ha cambiado. Ha sido un
cambio paulatino, pero profundo, del cual la revolución digital ha sido a
la vez una causa y una consecuencia.
La
búsqueda de soluciones digitales ha sido una constante por muchas
décadas, siglos quizá, y sus hallazgos más consecuenciales han tenido
lugar desde el comienzo de la segunda mitad del siglo pasado hasta
nuestros días. A comienzos del siglo XX comenzaron a gestarse cambios
profundos en la ciencia, la tecnología, la filosofía, y la teoría
política y social, cuyas consecuencias estamos todavía viviendo, que se
acentuaron particularmente a partir de la mitad del siglo, cuando
comenzó, o se agudizó la transición del modernismo al pos modernismo.
Este
cambio, el más interesante desde el Iluminismo de los siglos XVII y
XVIII, ha sido el tema de especulación de algunos de los más brillantes
pensadores occidentales contemporáneos, como Lyotar, Foucault,
Baudrillard, Derrida, y por supuesto Fredric Jameson, Martin Jay, David
Harley, y Douglas Kellner, entre otros. Ellos, claro, precedidos por, y
continuadores de, la tradición iniciada por la famosa Escuela de
Frankfurt, el grupo de filósofos y teóricos sociales al que
pertenecieron T.W. Adorno, Mark Horkheimer, Herbert Marcuse, Walter
Benjamin, y Eric Fromm.
A
comienzos del siglo XX, estos intelectuales, patrocinado por Felix
Weis, un joven abogado argentino, hijo de un rico inmigrante alemán,
quisieron crear una alternativa a la tradición universitaria germana,
que consideraban obsoleta y fosilizada; pero luego, siendo todos ellos
judíos, se vieron enfrentados al ascenso del nazismo de Hitler, y la
consiguiente persecución que los obligó a exiliarse primero a Francia e
Inglaterra, y luego a Estados Unidos; esto con la excepción de Benjamin,
quien murió en 1940 en la frontera franco-española.
La
historia de la Escuela de Francfurt, y su peregrinaje y asentamiento en
Estados Unidos es una de las más apasionantes de la historia de la
filosofía, que como lo sabemos desde Diogenes Laertius, está llena de
biografías apasionantes. El incansable Martin Jay ha documentado
diligentemente la historia y circunstancias del exilio de los
intelectuales alemanes a América, y en particular los del grupo de
Frankfurt, especialmente en su libro "Permanent Exiles," pero también,
claro, en "The Dialectical Imagination."
Una
investigación seria de la actual circunstancia humana, en el curso de
la llamada edad digital, debe necesariamente apoyarse en los textos de
los mencionados teóricos, en particular Jameson, Harvey, Kellner, Best, y
de la mano de ellos, en los filósofos que inmediatamente los
precedieron, como Adorno y Horkheinmer, y por supuesto Husserl,
Heidegger, Sartre, y Hannah Arendt.
La
revolución tecnológica de las últimas décadas ha alterado
significativamente nuestro modo de vivir, en todo sentido. En como nos
relacionamos unos con otros, la forma de comunicarnos, el acceso al
conocimiento, el flujo de la información, las formas de trabajar, de
divertirnos, de construir y destruir. El cambio tecnológico ha tenido
efectos profundos en la producción económica y la distribución del
ingreso y la riqueza.
Como
todo cambio profundo, la revolución digital ha tenido consecuencias
buenas y malas. Las consecuencias positivas son evidentes. La tecnología
ha aumentado nuestras capacidades de aprendizaje, creación, ha generado
canales y formas de comunicación instantáneas y eficientes, ha cambiado
el paradigma general del conocimiento y la gestión humana en formas
hasta hace poco inconcebibles; y por consiguiente ha expandido nuestra
visión del presente, del futuro, y desde luego del pasado. Nadie en sus
cabales querría volver atrás, o desmontar o paralizar ninguna de las
tecnologías actualmente en uso en todos los campos de la actividad
humana.
Pero
también hay consecuencias negativas, de esta gran revolución. Una de
ellas ha sido la agudización del racionalismo instrumental, heredado del
Iluminismo, que ha llevado a una subordinación de los cometidos humanos
al objetivo productivo, de eficiencia, de acumulación, y de ganancia
monetaria, con olvido de otros objetivos propios de la condición humana,
no necesariamente asociados con la eficiencia y la productividad.
Una
consecuencia visible de esa tendencia ha sido la prematura
obsolescencia laboral, especialmente en Estados Unidos. La
digitalización de muchos servicios ha eliminado puestos de trabajo y ha
condenado al ostracismo profesiones enteras. Muchas de las grandes
fortunas se generan con un aporte mínimo de fuerza laboral. La
revolución digital estimula pues una tendencia de acumulación exagerada
de riqueza en unas pocas manos, mientras un gran sector de la sociedad
se ve condenado a la incompetencia y la desesperanza.
Durante
esta época ha aumentado la concentración de la riqueza, y por
consiguiente se ha expandido la llamada brecha, que tiende a ser
abismal, entre los ricos y las clases media y obrera. La pérdida de privacidad, y la vulnerabilidad ante los depredadores digitales es otra consecuencia negativa de la edad digital.
Por
otra parte, aunque sabemos más, y aprendemos más rápido, eso no parece
reflejarse en nuestras decisiones políticas, ni en el tratamiento de
algunos de los problemas más graves de nuestra época. Vivimos una época
paradójica, en la que el máximo histórico de nivel científico y
tecnológico convive con formas extremas de superstición, fanatismo
religioso, crueldad, violencia, y barbarie.
Pero
sin duda el principal paradigma negativo de nuestra época, nuestro
mayor reto, y la peor amenaza para nuestro futuro como civilización, es
el fenómeno del deterioro ambiental debido al calentamiento global, y
las consecuencias catastróficas que anuncia, y que ya se han comenzado a
evidenciar.
En
el marco del calentamiento global, otros graves problemas afligen a
nuestros tiempos. La pobreza de miles de millones de personas, que
carecen de las mínimas condiciones de nutrición, techo, salud, educación
y oportunidades aceptables de supervivencia. Millones de esas mismas
personas, pero no solo ellas, sufren el flagelo de la violencia
terrorista y de la delincuencia cotidiana. El fanatismo religioso y
militante pretende devolver a nuestra civilización a las peores
condiciones de barbarie propias de los tiempos más oscuros de la
historia. El autoritarismo y la corrupción prevalecen un varios paises y
regiones. La criminalidad, el tráfico de armas, el tráfico de seres
humanos, la esclavitud incluso, son padecimientos implacables en buena
parte del planeta.
Pero
no todo es tragedia. Hay drama también, y comedia. Y de todo eso
trataré de ocuparme, abarcando mucho y profundizando poco; como el
inevitable zorro berliniano que me ha tocado ser, y que a veces quisiera
tener algo de erizo.
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